Mi inolvidable
amigo Daniel fue uno de los seres humanos con más mala suerte que he conocido.
Bien es cierto que lo digo casi como provocación al debate, porque no creo
demasiado en el destino, fasto o nefasto… y esas cosas de las supersticiones.
Pero ahora mismo recuerdo una reflexión central de una película del gran Woody Allen (¡antes de
que algún cínico se ría de esta alusión…
que se vea toda la filmografía de Woody y especialmente la película a la que me
refiero y que se titula Match Point!). Allen viene a decir que ¡la suerte…es
más importante que el talento, que la belleza, que el sentido del valor ético…y
todos los etcéteras de esas virtudes tan viejas que ya los griegos –del
helenismo clásico- meditaban sobre ellas. Entres otras aretes y parresias y
heroísmos insondables, que sólo se lograban tras intensas askesis…!
El mismo Allen
entiende que su tesis es inmoral. Porque la vida es inmoral. Amoral.
Y Daniel ha sido
también –posiblemente- el ser humano más lleno de talento que yo he conocido
como amigo (y por su intermedio, que no
por mis “méritos”, he conocido una veintena de otros grandes escritores que
admiraban unánimes y profundamente la
obra de Moyano: Cortázar, Rulfo, Onetti, Tizón, Di Benedetto, Conti, Carlos
Fuentes, Bioy, Herbert Francis, Sábato…y así, una pléyade. Con esta gente he mantenido amistades
literarias; lo que me ha alegrado y enriquecido, pero no he sido amigo íntimo,
como es el caso de Daniel…o lo he sido,
pero no hasta ese sumo grado). Pero pese a ese talento de Moyano, a su
tenaz y lúcido trabajo de toda una vida, intentando salir del dolor de su
biografía infantil y juvenil para crearse a sí mismo como un hombre
extraordinario y escritor relevante…crearse a sí mismo…encontrar un padre, en
el sentido nietzschiano (escribió el de Sils María que “(…) quien no tiene un buen padre, debe inventarse uno”; al menos
simbólico e imaginario). Y esto es muy serio, porque creando el padre –o
“deconstruyendo” al padre, como su admirado Kafka- uno se resucita desde la
miseria de las familias de origen, de los malos amigos, de las malas patrias…de
toda la ”mishiadura” de que habla el tango y más…para volverse un hombre
bueno…hasta poder generar y merecer a los buenos amigos (Daniel tenía legión) y
más aún a la luminosa familia personal que Daniel creó, en La Rioja o en España…para
permitirle incluso que la bondadosa Blanca, su querida hermana, renaciese con
él…y toda esa familia cordobesa tan valiosa de sus sobrinos de Cosquín. Creo
que él nunca tuvo más parientes amados que toda esta maravillosa gente que
recuerdo…además de que fue pétreamente histórico lo así ocurrido (la Muerte no es
literatura)…porque Blanca y él se quedaron huérfanos de una orfandad
aterradora, cuando su padre cortó –con
filo mellado- todos los nudos que atan el alma ¿existe el alma? a la bondad eventual de la vida ¿existe la
bondad?...hiriendo, ensangrentando, el cuello más amado.
Como saben todos
aquellos que hayan leído a este extraordinario escritor, Daniel nació
incidentalmente en Buenos Aires; pero su infancia y juventud (momentos tan
influyentes que “la infancia es destino”,
como decía Winnicot) los vivió en Córdoba y su madurez adulta en La Rioja ; la comunidad que él
eligió para la vida madura y para tener sus hijos con Irma.
En este laberinto, Córdoba –duro es decirlo-
fue (valga la expresión) una mala madrastra porque nunca lo reconoció como
suyo, lo ninguneó bastante. Excepción hecha de algunos -muy escaso número- de
artistas amigos que tanto lo pusieron en valor, como Sosa López, Larrea, José
Alberto Santiago, Juan Croce, Dalmacio Rojas, Ramón Romilio Ribeiro, Quique
Revol…